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Rosario Mena

Rosario Mena

Cuando yo tenía 7 años me empezó a doler mucho la pierna derecha, a tal punto que no podía caminar del dolor. Me hicieron algunos estudios, no me salió nada y pensaron que ya había pasado. Pasó un poco el tiempo y justo el primer día de clases de segundo año me empezó a doler mucho otra vez y de nuevo me subió la fiebre. Me volvieron a controlar y  me diagnosticaron leucemia.

Yo vivía en Mendoza y cuando me dijeron  que me tenía que ir a tratarme a Buenos Aires, me puse a patalear y a llorar como loca porque yo no quería dejar mi casa ni a mis hermanas. Finalmente tuve que viajar y previo a eso, vino el peluquero a  mi casa y me cortó el pelo bien cortito.

Llegamos a Buenos Aires con mi papá, mi mamá, el doctor Guillermo Arbesú (que es hematólogo) y mi tía. Me habían dicho que íbamos a comprar un perrito y luego iríamos al departamento de mi tía pero fuimos directo a  FUNDALEU.

Al entrar allí, sentí como un miedo muy fuerte. Nos estaba esperando la Dra. Juliana (hematóloga). Yo estaba en brazos de mi papá y no la quería ver porque estaba muy enojada.

Me llevaron a la habitación y había muchas personas  haciéndome cosas y yo no paraba de llorar. Recuerdo que había unos enfermeros que  discutían para ver quién me sacaba sangre, porque como era muy flaquita, les daba impresión. Luego de eso,  me hicieron una punción y para eso me pusieron un tipo de anestesia para que no me acordara y las doctoras me decían que era la “agüita dormilona”.

Me pusieron corticoides para el tratamiento y yo pensaba todo el día en comida, y hasta me despertaba a las 6 de la mañana para comer algo. Luego, desayunaba bombitas de papa, pizza, cualquier cosa, pero solo quería comer.

Ese año no perdí el colegio porque tenía escuela domiciliaria. Me daban de todo pero lo que más me gustaba era música porque me daban muchos instrumentos para tocar entre ellos la flauta que era lo que más me gustaba.

Mis mejores momentos eran cuando venían mis hermanas y mi papá a Buenos Aires. Yo tengo 4 hermanas más  grandes y con ellas me divertía mucho. Cuando estaba internada me llenaban la habitación de cosas. Recuerdo que un día estaba tan contenta que estábamos los 7 juntos, que me puse a cantar una canción improvisada que al final resultó muy linda.

Cuando estaba internada, la verdad que no la pasaba mal, era divertido porque generalmente estaba con alguna de mis hermanas que habían venido de Mendoza y con mi mamá todo el día.

Me preparaban para comer lo que yo quisiera con tal de que comiera pero cuando me sacaron los corticoides no comía mucho porque no me gustaba nada. A todo esto a mí se me estaba cayendo mucho el pelo por la quimioterapia. Entonces una mañana en que yo estaba internada  dije: “Me quiero pelar” y fue el peluquero a FUNDALEU y me rapó.

Un día cuando estaba internada, me fue a visitar Facundo Arana. Yo, en ese momento,  no le hablaba porque me daba mucha vergüenza. Yo estaba tejiendo al crochet y él quería que le enseñara a tejer, pero yo no quería saber nada y no intercambié ni una palabra con Facundo. Confieso que ahora sí me arrepiento…

No me dejaban comer cosas crudas por las defensas bajas, entonces para mí el placer más grande era comer frutas y verduras porque eso me encantaba. Tampoco me dejaban ir a lugares con mucha gente pero eso no me importaba mucho.

Una semana antes del trasplante, me dejaron ir una semana a Mendoza. Allí visité a todos incluso a mis compañeros en la escuela. Eso fue muy lindo.

Cuando llegó el momento del trasplante, les realizaron todos los estudios a mis hermanas para ver si tenían compatibilidad conmigo. Por suerte, tengo dos hermanas compatibles. La más chica de las dos, Florencia, fue la que me donó la médula.

Cuando me estaban por hacer el trasplante, me internaron en la “burbuja”  y como no dejaban entrar a mucha gente, me entretenía jugando al ajedrez. La noche antes de hacerme el trasplante, como yo tenía mucho miedo, mi mamá me ofreció hablar con un doctor y acepté y ahí fue cuando me quitaron el miedo. Me explicaron que era como una transfusión pero de médula. Al día siguiente, me hicieron el trasplante y mi papá estaba conmigo.

El día que me empezó a funcionar la médula fue el día de mi cumpleaños, un 25 de septiembre. Ese día, mis hermanas me pusieron un payaso en el respaldo de la cama y  me llenaron toda la pieza de cosas. Ese día fue como volver a nacer…. Creo que fue milagroso!

El 3 de octubre me dieron de alta. Ese día estaba mi hermana Sofía,  que es la que me sigue a mí y mi papá. El pasaba 15 días en Buenos Aires y 15 en Mendoza, porque no podía dejar el trabajo. Apenas me cambié, fue tal la alegría que tenía de irme, que empecé a correr, pero como hacia mucho que no caminaba entonces me mareé un poco.

Luego de dos meses de haberme hecho el trasplante, me dejaron volver a Mendoza  pero tenía que regresar cada 15 días a Buenos Aires para que me hicieran los controles. Luego empecé a ir una vez por mes. Al año de haber regresado a Mendoza retomé danza clásica que yo venía haciendo desde los 6 años y mi preocupación máxima era si iba a poder bailar otra vez. También empecé flauta.

Ese año, para mi cumpleaños, me regalaron el perro que me habían prometido aquel día que fui a Buenos Aires.

Pasó el tiempo y tengo que volver cada vez menos a FUNDALEU.

Actualmente tengo 14 años y llevo una vida normal como todas las personas de mi edad y solo  tengo que ir cada tanto a Buenos Aires. Ya no me hacen punciones ni controles, voy solo de visita…

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