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Fernando Mahmet

Soy de Bragado, una ciudad tranquila del interior Bonaerense. Tengo 42 años. Luego de una década de vivir en Buenos Aires donde estudié, trabajé y también me divertí, había vuelto al pueblo, me había casado con Millie, mi novia de la juventud con quien ya llevábamos 8 años como mandan los cuentos: casa, niños y perros.. “y vivieron felices por siempre”. Eran dos soles los que iluminaban nuestras vidas. Juan Cruz de 6 años y el pequeño Felipe de solo 2. También había escrito un libro y plantado un árbol. Mi vida era plena. Vivía de lo que me gustaba hacer, tenía familia, amigos, vacaciones, salidas y gozaba de buena salud. O eso creía. Más no podía pedir.

Sobre finales de abril de 2016 me habían aparecido unos moretones en las piernas, raros e infrecuentes. Me recordaron a los que había tenido 10 años antes Cristinita, mi cuñada. Ella fue diagnosticada con Leucemia Mieloide Crónica. Fue terrible y desbastador para la familia. Gracias a Dios Cristinita encontró a Fundaleu y a Santiago Pavlovsky. Hoy goza de buena salud, sigue con su medicación pero superó su enfermedad.
-“La estadística tiene que estar a mi favor”- pensé. No podemos estar enfermos de Leucemia ambos, ella y yo, es algo improbable.-
Pero me equivoqué.

Noté la cara de terror de mi médica cuando vio mi hemograma. Además de mi médica era mi amiga. El miedo y el terror me dominaron, solo unos minutos pero que pareció un siglo. El miedo nos paraliza, no nos deja pensar y nos controla. Somos lo que hacemos con lo que nos pasa. Y el miedo nos despoja de toda posibilidad de acción.

Una ecografía, otro hemograma, punción medular y listo..
Tuve que armar el “bolsito” en 5 minutos y salir como un prófugo para Buenos Aires ante la mirada impávida de mi familia y mis amigos que no creían lo que pasaba. Porque “Dios está en todos lados pero atiende en Buenos Aires”. Dicho muy popular por aquí y más si de salud se trata.

Recuerdo con aguda tristeza cuando me fui. En un descuido de Felipe salí a las apuradas de casa y cometí el error de mirar atrás. El niño estaba parado de espaldas en las penumbras del pasillo. Seguramente cuando giró y me buscó, yo ya no estaba más. Por aquellos días la única palabra que pronunciaba era “papá”. Me desgarró el alma y aún hoy pensar en aquello me entristece. Luego despedí a Juan Cruz. Lo miré a los ojos y le dije:

– “Tengo un problema en los soldaditos que tenemos en la sangre. Ellos nos defienden de las enfermedades. Me tengo que ir unos días a Buenos Aires a curarlos”.-

El niño me miró con la cara desgarrada de dolor y bajó la mirada. Nos abrazamos unos instantes más. Eran las 21 hs. de una noche fría del 5 de mayo de 2016 y no sabía cuándo volvería a verlos.

Al día siguiente me esperaba en Fundaleu “Isolda”. Yo no sabía si era el nombre o el apellido, si era médica o qué. Me reservé a hacer lo que me decían, sin muchas preguntas ni objeciones. Después descubrí que ELLA sería uno de mis ángeles protectores, genio y figura que a tantos pacientes ha sacado adelante.

…Todo siguió tan rápido como comenzó. A la semana ya estaba internado en Fundaleu listo para hacer quimioterapia. Leucemia de Células Vellosas fue el diagnóstico. Cladribina la droga mágica que me sacaría adelante. Los médicos fueron muy cautelosos pero optimistas. Pasé aquella semana internado con el apoyo de mis seres queridos, amigos y conocidos que me contenían, me acompañaban y alentaban. Sin grandes complicaciones para lo que me imaginaba, fueron pasando las horas. Porque de eso se trata, ir de a poco, fue una pelea que decidí hacerla segundo a segundo. Ampollas, fiebre, alergias, cultivos, catarro, antibióticos, tomografía, petequias, transfusión, malas noches, mañanas feas, hemogramas y más hemogramas y no sé cuántas cosas más.. Pero no me dejé intimidar. Mi optimismo, mis energías y mis ganas de seguir vivo me empujaban con una fuerza que jamás pensé que tendría. Después de todo ese era el momento de darlo todo. A pelearla, a luchar y a no resignar ni un centímetro y siempre con la mejor energía.

Luego de la internación me quedé en Buenos Aires. Fue duro. Lejos de los niños, de mi casa, de mi familia. Absolutamente alejado de la vida que tenía. Pero como NO tenía posibilidad de elegir, asumí mi realidad y me propuse sortear este escollo como había hecho con otros. Obviamente con la conciencia de que este era el más bravo!

Y un día Isolda hizo la pregunta:
-Cuánto hace que no te vas a tu casa?-
-Casi dos meses – Respondí con la voz quebrada.
-Ok. Andate unos días. Volvé a verme el 15 de julio – Contestó mirándome sobre sus lentes.

Y sin más volví a Bragado. Fue bien temprano en la mañana del 3 de julio. Viajamos con Millie y Juan Cruz que fueron a buscarme con uno mis amigos de fierro. Justo dos meses después del primer diagnóstico estaba volviendo a casa. Me esperaba el pequeño Felipe, familia, amigos y conocidos. En el pueblo era el famoso (tristemente famoso) del momento. La historia era un tanto interesante pero efímera: de 40 años, casado, con dos niños, preso de una cruel enfermedad. Esto ocurre en todos lados, aún mas si la ciudad es pequeña donde todos nos conocemos.

Una de las cosas que me ayudaron fue que no tuve problemas en dedicar todas mis energías a superar el momento. Ni problemas laborales ni cuestiones pendientes. Ahora debía descansar, disfrutar del cariño de los míos y rezar para que todo siga bien. Mi médula por aquellos días era una guerrera incansable. Día a día mi condición mejoraba. Mi estado físico estaba un poco deteriorado con lo cual decidí salir a caminar todos los días. Tiempo tenía de sobra. El primer día caminé 1 kilometro, luego 2 y así seguí una semana hasta que un domingo a la mañana me crucé con Juan Manuel Geni, Campeón Mundial Paralímpico de Triatlón. Mientras yo caminaba él corría ayudado por una prótesis de carbono en una de sus piernas. Habíamos jugado en el mismo equipo de futbol de chicos hasta que un accidente en moto le costó su pierna izquierda. Se repuso de esta adversidad de tal forma que se convirtió en un atleta de elite mundial. Y yo con mis dos piernas solo me animaba a caminar..

Corrí 200 metros ese día, luego 300 y seguí. Casi un año después me encontré subiendo el puente de Av. Udaondo con el Estadio de River Plate a la vista. El cartel indicador de la Maratón de la Ciudad de Buenos Aires marcaba que ya había recorrido 40 kilómetros. Me faltaban tan solo dos kilómetros para completar la exigente prueba. 17 meses antes apenas caminaba en mi habitación nº 10 del primer piso de Fundaleu. La emoción me había atrapado. Se fue la fatiga y el cansancio. Me acordé de mis hijos esperando en la línea de llegada, me acordé de Millie, de mi familia, me acordé de los que ya no están, me acordé de mis amigos y del aliento de los conocidos, me acordé de mi infancia, de mis viejos amores y de aquellas personas que habían marcado mi vida. Me acordé de Isolda, de Luz y de Marina. Me acordé del ruido imparable del filtro de aire en la oscuridad de la habitación en Fundaleu. Me acordé de todos los médicos, enfermeros, mucamas, me acordé de las chicas de recepción y de otros “colegas” pacientes. Me acordé del mal trago, de la pesadilla vivida y disfruté aún más lo que estaba viviendo. Agradecí a Dios una vez más y me acordé de cómo cambié la primera pregunta que nos hacemos:

-¿Por qué me pasa esto a mí, por qué a mí!!!?

Mi primer gran paso fue preguntarme:

-¿Y por qué no me puede pasar esto a mí?

Nadie está libre de nada. Reitero: “Somos lo que hacemos con lo que nos pasa”. Yo elegí no tirarme en una cama inmóvil muerto de miedo, decidí hacer que este escollo en mi vida sea eso, un obstáculo que al superarlo me permitiera vivir de otra manera, plena y feliz. Y lo vengo logrando. Gracias a Dios, a mi cambio de actitud, a mi familia y amigos, y a mis ángeles guardianes de FUNDALEU.

Cuando decidí correr la Maratón me propuse conseguir un donante de sangre para Fundaleu por cada Km que recorriese. Quise que la Maratón no sea sólo algo gratificante para mí y que sirva a los demás. Así nació, gracias al apoyo de Gloria, “42 K = 42 Donantes para Fundaleu”.

A pesar de que aún no hemos llegado a conseguir los 42 donantes, seguimos adelante y cada vez faltan menos! Y estamos seguros que vamos a llegar.

Y he redoblado la apuesta..
El 3 de junio próximo participaré de los 42 KM de la Maratón de Rio de Janeiro. Por supuesto, una vez más para el día de la competencia llevaré mi remera con el logo de Fundaleu en el pecho. Además, mi objetivo será otra vez conseguir un donante por cada km que recorra. Esta vez para el Servicio de Hemoterapia del Hospital de mi ciudad.

Por otra parte, el 23 de septiembre próximo espero poder correr la edición 2018 de la Maratón de Buenos Aires y relanzar el “42 K = 42 Donantes para Fundaleu”! Pero lo más importante, sin dudas creo que es aportar mi grano de arena para que se tome conciencia sobre la necesidad de la donación de sangre y los beneficios que trae en la salud pública.

Si pudiese elegir y borrar lo que ocurrió, solo lo haría para evitar el dolor de mis seres queridos. Por todo lo demás, no cambiaría lo que me pasó, aunque esto suene extraño o raro. Fue una experiencia dolorosa, cruel, terrorífica pero sin dudas la más enriquecedora de mí vida.
Abrazo.
Fernando

 

 

 

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