Guadalupe Cabello

«¿Hace cuánto tenés eso ahí?»

me preguntaron y así empezó. Con una pelotita en el cuello, arriba de la clavícula derecha. Era abril de 2018 y yo tenía 22 años.

Todo ese año y parte del siguiente me la pasé yendo a distintos médicos (clínicos, infectólogos, hasta un especialista en linfología) y ninguno daba con el diagnóstico. En los laboratorios no salía nada significativo, yo no tenía otros síntomas y en las ecografías el tamaño de la cadena de ganglios que se veía, no crecía de una manera que les pareciera preocupante.

En esos casi dos años pasaron muchas cosas, pero para resumir a comienzos de 2020 me hicieron la biopsia (porque yo le insistí al médico que me decía que «me iba a quedar una cicatriz en el cuello por nada») y a fines de febrero llegó el diagnóstico de Linfoma de Hodgkin.

El 3/03 tuve mi primera consulta en Fundaleu, elegí ese lugar por la recomendación de un conocido que se había tratado con el Dr. Gonzalo Bentolila. Yo ya había visto a una médica oncóloga y tenía turno con otro médico al día siguiente, pero al salir de la consulta cancelé el otro turno porque ya me había decidido. La paciencia infinita con la que Gonzalo me explicaba cómo iba a ser todo, respondiendo a todas las preguntas que mi mamá y yo le hacíamos, siempre tan optimista, confiado y con una calidez que no se suele encontrar en el ámbito de la medicina, me hizo sentir muy acompañada. Si bien recibir el diagnóstico después de dos años de ir de médico en médico, significó un alivio, la palabra cáncer y todo el miedo que en el imaginario social hay alrededor de la misma, me hizo sentir a mí y a mi entorno mucha angustia. Yo no entendía que pasaba, me sentía bien y me habían dicho tantas veces que no era nada, ¿cómo podían estar hablando en ese momento de quimioterapia? Me parecía todo muy rápido, todo irreal.

Mi tratamiento comenzó a los dos días, con las noticias sobre los primeros casos de COVID en la tele de la sala de espera y mucha incertidumbre. Y destaco esto porque una de las cosas más maravillosas de Fundaleu es que aunque no podía entrar nadie conmigo en las quimios, nunca me sentí sola. Además de mis afectos y su presencia, la incondicionalidad de mi familia en todo momento, también sentía que todo el personal de Fundaleu estaba presente. Desde que cruzaba la puerta y saludaba al hombre de seguridad que siempre me hacía chistes, pasando por los chicos de administración, hasta (y mención aparte) Raúl que fue mi enfermero en casi todas las quimios, que se tomaba el tiempo de hablar con cada una de las personas que nos atendíamos ahí y de hacer todo más cómodo y ameno. Cada vez que fui a Fundaleu me encontré con excelentes profesionales y personas súper empáticas que están completamente dedicados a brindar el mejor servicio posible, y por eso nunca voy a dejar de hablar maravillas ni de estar sumamente agradecida con el lugar y la gente que me curó.

De ese difícil y desafiante momento ya pasaron casi cuatro años. Completé todos los ciclos, entre en remisión y aunque todavía me siento un poco nerviosa cada vez que toca un control, confío en ese lugar que permitió que mi vida siguiera, que me recibiera de psicóloga y pueda estar trabajando de lo que amo, que siga teniendo tiempo con mis amores, que pueda seguir viviendo.

No me animé a leer los testimonios hasta algún tiempo después, pero igualmente me sirvieron muchísimo y creo que también es un hermoso reconocimiento a personas que marcaron y son parte de nuestra historia. No es fácil, pero armar redes y sentirnos contenidos en ese momento hace todo un poquito más llevadero.

Así que siempre gracias.

Gracias!

Saludos

Guada.

 

 

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